viernes, 12 de julio de 2013

VIVIR PARA TRABAJAR ...O TRABAJAR PARA VIVIR

He aquí uno de los grandes dilemas que se nos presentan en la vida llegado el momento de la emancipación, aunque en ocasiones esa emancipación venga de una manera violenta por las circunstancias de la vida. La primera de estas filosofías consiste en volcar nuestras fuerzas, nuestra ilusión y nuestros actos y pensamientos en el trabajo, de tal manera que apenas queda tiempo para lo demás ni los demás. El trabajo o nuestra profesión lo son todo y el resto apenas cuenta. No hay tiempo para el ocio ni para compartirlo con la familia o los amigos. La segunda manera de vivir es considerar que el trabajo es importante en cuanto nos proporciona lo necesario para el sustento pero no constituye un objetivo en sí mismo sino que es algo podríamos decir secundario como si de una herramienta se tratara para alcanzar nuestro objetivo. Y una vez realizado ponemos todo el interés, todas nuestras energías, e imaginación en la vida misma. Podríamos decir que en dedicar nuestro tiempo a los demás o a nosotros mismos. Naturalmente que este razonamiento no sirve para aquellos que no necesitan trabajar para procurarse lo materialmente necesario para vivir, aunque tengan que dedicar un tiempo mínimo a la administración de su fortuna o al menos para sentarse un rato con quien la administra. Quizá sea, paradójicamente, en este tipo de personas en las que encontramos aquélla filosofía de vivir para trabajar. Dos maneras o estilos de vida. Todavía habría una tercera que es la de vivir sin trabajar aunque en la sociedad occidental en la que nos movemos, y fuera de los casos de los “ricos”, a los que nos acabamos de referir, apenas se da. No incluyo aquí a los desafortunados que apenas tienen nada, y que les falta lo necesario para tener una vida digna. Podría pensarse que ante estos dos dilemas, podemos elegir entre uno u otro camino. Pero me temo que en los tiempos actuales, particularmente en España, esta elección no sea del todo posible. Son tan escasas las oportunidades de trabajo que se nos presentan, que nos vemos en la necesidad de aceptar las condiciones, tanto en los trabajadores por cuenta ajena como en el caso de los mal llamados “autónomos”, ya que cada vez me cuesta más asimilar esa pretendida autonomía de los que trabajan por cuenta propia. Ante este actual panorama ¿realmente podemos elegir entre vivir para trabajar o trabajar para vivir?. Creo que cada vez menos. Y pienso también que la balanza se va inclinando por desgracia para nosotros, y cada vez más, en el “vivir para trabajar”. Y ante esto poco podemos hacer, salvo algún par de cosas que me permito sugerir mientras me dirijo a mi trabajo diario, junto con una marea de personas, en la que predominan los “smartphones” en los que, y cada vez más, volcamos parte de nuestro escaso tiempo libre. La reacción o nuestra actitud ante este “vivir para trabajar” que se aparece como un virus, será distinta para cada uno de nosotros; pero sí al menos deberíamos reflexionar, para ver si existe alguna manera de llevarlo mejor. Lo primero que se me ocurre es si por el hecho mismo de tener un trabajo, podríamos pensar que habría muchas personas que quizá desearían realizar nuestra labor diaria. Este pensamiento no deja de ser algo conformista, pero no está de más que pensemos en ello, porque quizá nos ayude a llevarlo mejor cuando las condiciones se nos aparezcan como especialmente duras e incluso insoportables. Dentro de esta actitud de afrontar las cosas, en este caso el trabajo en sí, podríamos incluir la de revisar nuestra organización que nos permita realizar sus funciones con la mejor concentración posible. Procurarnos las pausas y los descansos permitidos evadiéndonos en la medida de lo posible del trabajo. Ese “desconectar”, que en ocasiones no es fácil, debemos procurar que sea especialmente intenso durante los fines de semana y las vacaciones, sin caer naturalmente en la depresión postvacacional.. Salir del entorno físico del centro de trabajo ayuda a evadirnos y liberarnos en la medida de lo posible de la información permanente de nuestros “smartphones” a los que antes me refería. Tomar el mayor contacto posible con la naturaleza. Ese “salir al campo” del que hablaban nuestros mayores, pese a que en ocasiones campo y población se confunden como consecuencia de la urbanización del suelo. Pero quedan espacios aún intactos que deberíamos descubrir; y en los pequeños descansos acercarnos a esos parques que tenemos cerca aunque se nos olvide. Sin descuidar la cada vez más difícil alimentación sana, complicada para los que solemos comer fuera de casa. Pero al menos deberíamos intentarlo. Quizá con estas reflexiones nos ayuden a transformar el vivir para trabajar en trabajar para vivir hasta que llegue el momento en que podamos elegir libremente entre estos dos planteamientos iniciales, cuando lleguen tiempos mejores. Porque la esperanza es lo último que se pierde.